sábado, 7 de diciembre de 2019

Drogas




Con que facilidad se juzga desde el lado del bienestar, cuando vemos a un mendigo que pide por necesidad, para saciarse el mono. Les decimos que no, a darles dinero, porque nosotros tenemos más derecho a gastarlo en cosas que no necesitamos para impresionar a la gente que no le importamos, pero lo que no nos damos cuenta es de que esas personas probablemente perdieron todo lo que tenían por las drogas: su trabajo, su casa, su familia, su dinero... Y aún así mucha gente se atreve a mirarlos por encima del hombro, dictaminando que tenemos más derecho a comprar cosas inútiles que la sociedad ha dicho que necesitamos,frente a poder saciar el mono que puede llegar a ser más duro que el hecho de pasar hambre.
Asociamos las drogas a la fiesta,a la desconexión e incluso a una alternativa mejor que de la que disponemos... Pero la realidad es otra, es que la gente que la busca o la necesita es que es incapaz de pedir ayuda, incapaz de decir que está mal, que no se siente bien o simplemente porque no tiene a nadie en su entorno que sepa escuchar a esa persona, porque de nada sirve quejarte si la gente con la que te quejas, a la que le pides ayuda no te hacen ni puto caso, piensan que tus quejas no sirven de nada y son puro cuento.
Es como gritar a las montañas, observando como la reverberación del sonido rebota de un lugar a otro sin ningún tipo de respuesta, sólo estás tú y el sonido.Como si las súplicas y la ayuda que imploras fueran esas montañas dónde no está nadie más que tú y ese ruido que produces que se queda en una eterna nada.
Las drogas para mucha gente es la respuesta a los oídos sordos a los que hace la gente de nuestro entorno, porque todo el mundo está demasiado ocupado lamentándose de que no tiene el ombligo lo suficientemente grande cómo para levantar la cabeza y ver que verdaderamente hay gente de nuestro entorno que lo está pasando peor que nosotros.
Las drogas no son la respuesta, ni la solución, pero para muchos es una alternativa que traslada a otro lugar dónde el malestar,la futilidad, el sentimiento de inferioridad o el sentirse diferentes pasa a ser algo de menor importancia convirtiéndose en elementos pasivos de la vida, dejando que esta pase por encima,intentando disfrutar de lo que  ofrece con otro enfoque que produzca un menor impacto.
Es triste que en pleno siglo XXI sigamos pensando que tenemos más derecho que la gente que termina así, es triste que mucha gente le de la espalda a estas personas cuando más lo necesitan y peor aún es pensar que la gente que terminó así fue más por  elección más que por  necesidad.
Somos la sociedad de los sordos, la queja, el egoísmo y el desamparo; y después de todo eso cerramos los ojos y seguimos mirando para nuestros ombligo. Porque nuestros problemas son tan agravantes que nos impiden escuchar sin juzgar al que tenemos al lado.

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