Con que facilidad se juzga desde el
lado del bienestar, cuando vemos a un mendigo que pide por necesidad,
para saciarse el mono. Les decimos que no, a
darles dinero, porque nosotros tenemos más derecho a gastarlo en
cosas que no necesitamos para impresionar a la gente que no le
importamos, pero lo que no nos damos cuenta es de que esas personas
probablemente perdieron todo lo que tenían por las drogas: su
trabajo, su casa, su familia, su dinero... Y aún así mucha gente se
atreve a mirarlos por encima del hombro, dictaminando que tenemos más
derecho a comprar cosas inútiles que la sociedad ha dicho que
necesitamos,frente a poder saciar el mono que puede llegar a ser más
duro que el hecho de pasar hambre.
Asociamos las drogas a la fiesta,a la
desconexión e incluso a una alternativa mejor que de la que
disponemos... Pero la realidad es otra, es que la gente que la busca
o la necesita es que es incapaz de pedir ayuda, incapaz de decir que
está mal, que no se siente bien o simplemente porque no tiene a
nadie en su entorno que sepa escuchar a esa persona, porque de nada
sirve quejarte si la gente con la que te quejas, a la que le pides
ayuda no te hacen ni puto caso, piensan que tus quejas no sirven de
nada y son puro cuento.
Es como gritar a las montañas,
observando como la reverberación del sonido rebota de un lugar a
otro sin ningún tipo de respuesta, sólo estás tú y el sonido.Como
si las súplicas y la ayuda que imploras fueran esas montañas dónde
no está nadie más que tú y ese ruido que produces que se queda en
una eterna nada.
Las drogas para mucha gente es la
respuesta a los oídos sordos a los que hace la gente de nuestro
entorno, porque todo el mundo está demasiado ocupado lamentándose
de que no tiene el ombligo lo suficientemente grande cómo para
levantar la cabeza y ver que verdaderamente hay gente de nuestro entorno que lo está
pasando peor que nosotros.
Las drogas no son la respuesta, ni la
solución, pero para muchos es una alternativa que traslada a otro
lugar dónde el malestar,la futilidad, el sentimiento de inferioridad
o el sentirse diferentes pasa a ser algo de menor importancia
convirtiéndose en elementos pasivos de la vida, dejando que esta
pase por encima,intentando disfrutar de lo que ofrece con otro
enfoque que produzca un menor impacto.
Es triste que en pleno siglo XXI
sigamos pensando que tenemos más derecho que la gente que termina
así, es triste que mucha gente le de la espalda a estas personas
cuando más lo necesitan y peor aún es pensar que la gente que
terminó así fue más por elección más que por necesidad.
Somos la sociedad de los sordos, la
queja, el egoísmo y el desamparo; y después de todo eso cerramos
los ojos y seguimos mirando para nuestros ombligo. Porque nuestros
problemas son tan agravantes que nos impiden escuchar sin juzgar al
que tenemos al lado.
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